Acerca de Educación de Fernández de Palleja

Sou o cheiro dos livros desesperados

Si uno no conociera al escritor olimareño Fernández de Palleja aseguraría que Ignacio Bosque es uno de sus tantos heterónimos. Mas sí, uno y yo lo conocemos (¿lo?) y hasta es identificable por la rambla cuando sale a organizar endorfinas para toda la semana, a parco pie para combatir lo que en grasas, que no en abundancia capilar. No sé si serán reminiscencias de su pasado, cuando, han de saber ustedes, intentó dedicarse al fisicoculturismo, cosa de machos, de machos con hilo y estilo, pero los textos de Fernández de Palleja, improsulto escriba torrencial -uno que escribe de todo menos su nombre de pila-, son textos que no son machos pero son muchos, con secuencia y talante, un estilo que él devana y teje en un templado respeto a su carácter docente y, a la vez, aplicado alumno en un posgrado de gramática donde el mismísimo, cuasi su heterónimo, Ignacio Bosque, el uno de la disciplina en español, oficia de profesor junto a otros custodios del idioma de los honorables vencedores. FdP, firma sigla que parece encubrir algún insulto, socarrón, alega que escribe en tonillo burgués, dentro de lo esperable, sin riesgos, con alto respeto por la gramática heredada en una construcción que tiene gobierno, sin deconstrucción factible. Eso dice. Un gentío avalador de heterónimos aura que dice, entre los que podemos localizar a Carlos Pérez de Alcántara, poeta brasileño; Rodney Da Silveira, columnista del Biarritz Herald; El Gaucho Pelao, payador integrante del inigualable terceto Los tres gauchos orientables -junto con Pancho Andueza (Martín Bentancor) y Bela Lugosi (Martín Palacio Gamboa)-, y en diálogo fluido nada menos que con el Jefe de logística de área benal, delivery, venta de abalorios e minancora del Cyber City Maldonado, el turco Ibrahim Ibn Qarreta (Alejandro Spagnuolo) conforman un ovillo de interlocutores que señalan más o menos lo mismo, que FdP, Fernández de Palleja, no se puede estancar, escribe como endemoniado desde los tiempos de Iscariote, Siete Días de Maldonado y una lista interminable de blogs. Varias de sus notas fueron publicadas en la diaria con el formulismo periodista. En la primera mitad del año pasado finalizó el Diccionario de Poemas, una maquinación de más de dos años de persistencia que consistía en escribir poemas para definir palabras, como si fuera un diccionario, de la A a la Z, algunos de los cuales se publicaban mensualmente en la revista Lento, alrededor de 47000 palabras en un ciclo extendido y brioso. A eso agreguemos la continua publicación sobre temas de coyuntura en las redes sociales con casi cien (sí, ¡cien!) décimas, provocadoras y/o descacharrantes. Eso, claro, sin tener en cuenta los libros publicados anteriormente, que son varios, vayan sabiendo, vayan. Más la advertencia, dichosamente no muy difundida, (aún), de publicar unas sobras poéticas de unas mil, ¡mil páginas! Y nones de olvidar sus atrevimientos como gestor cultural, relator con micrófono de eventos bizarros archidivertidos, -los rallies de carretillas-, o como co-organizador de campoematos de improversación y eventos pandepoéticos, entre otras vistosas actividades.

Bueno. Cuando arribó el 2019 de Nuestra Era entre consabidos e incongruentes panes dulces, frutas secas y abrillantadas, corderos, lechones, con plétora de beberajes, tiros al aire, baladas a Isis la luna, pirotecnia y domados gritos de júbilo, nuestro titán del Pago más oriental devenido fernandino del barrio La fortuna, fue bendecido triunfador del Premio Lussich de narrativa organizado por la Dirección de Cultura de la Intendencia de Maldonado, con un conjunto de cuentos cuyo título es Educación. Se supone que de eso tendríamos que escribir, así, en condicional porque sería, es y será mucho más fructífero (y rentable) que Educación ostente lectores directos que hayan, a más de ojear, oblado unos parvos denarios para hacerse de tal. Ahora bien, estos ocho cuentos contienen algunas de las claves de la narrativa del verborrágico pedagogo carretillero. Claves que llevan en sí definiciones de lo que la enseñanza de la literatura deja ver como mecanismo sensible para las perspectivas educativas, transacciones sociales, avances (in)estables y/o prácticas formativas. La literatura en la labor de la representación social, sus valores en la institucionalidad a través de la construcción de un imaginario, posee como ramificación una visión de la función de la materia en la educación y, por lo tanto, en la definición de objetivos docentes y en las prácticas en el aula. Como docente, FdP, maneja la materia con disciplina, con rigor, pero asimismo con humor, con gracia. En una serie de pruebas para sus alumnos encabezó las mismas con un No sean vagos, estudien… frase imperativa si las hay, pero con una medida de complicidad. Esa ordenanza forma parte del ingenio presente en muchas de las obras del autor y en este libro no hay alteración. Así, por ejemplo, entre figuras humorísticas se cuelan sus gustos musicales y su conocimiento del Brasil profundo: como obertura, Lentamente nos presenta a Eduardo, un profesor por azar solamente interesado en la música (importa la definición conceptual, clarísima, valor del silencio en contraposición con el ruido) que se da el lujo de convivir con Raphael Rabello, Zé das Sete Cordas, Ademir da Viola Preta, Seu Jurandir, Zeca do Baião o Juca da Harmonia, maestros del berimbáu y la cuica, arteros artistas de la viola caipira y sanfoneiros del linaje nordestino de Luiz Gonzaga, además de repentistas variopintos y cantores por la dosis de cachaça, la mayor parte de ellos desconocidos fuera de su estado o su región, montaraces, naturales. La rutina de profesores con las caras de siempre, el mismo ritmo, las palabras de todos los días, los quejidos al volumen habitual, es quebrada por las siete notas y las afinadas cuerdas. Mirta es un ejemplo no solamente del citado humor sino también de un ritmo acalambrante de circunstancias desatinadas detalladas con bienquisto ojo sobre el escenario familiar y barrial donde el lenguaje se exterioriza actualizado en un juego de ida y vuelta intergeneracional en una palmaria reivindicación del arte de la lectura aun en las condiciones más extravagantes y hostiles. Debo conjeturar que, como profesor, FdP sondea una operable armonía con las herramientas que tiene y con la capacidad de aprovechar simbólicamente a través del conocimiento del lenguaje la propia enseñanza de la materia a escala con esa literatura en la formación del sujeto en una sociedad de consumo desmedido donde los medios audiovisuales modificaron al rape los mecanismos de creación y donde los puntos de referencia pasaron de lo local a lo universal en un abrir y cerrar de ojos o a punta de clic izquierdo del mouse. En este sentido, la narración literaria de FdP forma parte del avío social que da sentido a la conducta, tira un lazo para apresar el presente, entender el pasado y construir algún futuro en el yo individuo y en el nosotros colectivo como elementos de la sociedad misma. En su técnica narrativa utiliza coartadas, muchas veces ocultas, para retener el constante fluir de los acontecimientos y condescender con la experiencia de los mapas humanos que permiten adoptar esos mundos de una forma coincidente con su cultura. Alumnos, administrativos, profesionales, docentes, algunos de ellos con particularísimos nombres y cualidades, como El Charoná Castro que estimula a sus alumnos a presentar una obra de teatro que deriva en un juicio donde además de leerle los cargos a Martín Fierro por asesinato y racismo se lo acusa de zombi, con participación de vampiros hombres lobos y fantasmas, desfilan a lo largo de la popular in-ter-tex-tua-li-dad. El día que no termina enlaza los mundos complejos y dinámicos de las relaciones interpersonales, relaciones que provocan desconcierto, incertidumbre, contradicciones en nuestras conductas y las del otro. La estabilidad, a pesar de las discrepancias dentro de esos mundos, hace que sigan funcionando porque, de alguna manera, se sobrellevan las reyertas y las discordancias para mantenerlos, justamente, sin desmembrarse pese a lo agotador que resultan los paisajes humanos en una inabarcable gama de matices que, sin embargo, dejan entrever la ilusión de redención amatoria.

En London, London, FdP no puede ni quiere dejar de parrandear. Su laya didáctica y de perito en rimas quedan de manifiesto de movida nomás: una especie de salterio en forma de soneto en inglés de una enigmática Tiannait McPriddy da lugar al cuento de quince páginas donde se pueden, -no sin dificultad-, descubrir la friolera de seis sonetos camuflados. Timonel en piélagos misericordiosos y cosmografías evocadas especifica: Quien todo lo planifica se encuentra con que es parte de otro plan que lo sacude, la vida con su bamboleo muestra que aquello que se evita y que se elude es la piedra que guía la existencia como un lastre escondido que se ignora. Debiera ser objeto de la ciencia encontrar el sentido de las horas dedicadas al trabajo y al estudio, verle los caminos a la ceguera para que estos sean los preludios del autoconocimiento y además que quienes avanzan en la carrera, como Buda, ayuden a los demás.

En postrera fase, en seguida de los arabescos que flirtean con la primera persona (Fernández y la lista 18) El comité de la educación nos convida a la duda cartesiana. La universitaria que retornó a su manso pueblo, sola, sin trabajo y embarazada especula al tiempo del recuento: Todavía no he resuelto si mandaré a Dalia al jardín, a la escuela y al liceo o si dejaré que se eduque en casa, sin tener que pasar por los trámites tediosos que desembocan en los todavía más burocráticos estudios terciarios. Viviana, mi amiga la maestra, pese a que es mansa como una vaca, pobre, no lo digo de mala, es así, puso el grito en el cielo cuando se lo comenté, no parece poder asumir que haya educación, o incluso vida, afuera de los muros institucionales de la escuela, y todo lo demás le parece sospechoso y raro. En fin, como alguna vez charlamos con el prosista, la vida es una novela de puras mutaciones que consiste en sacar velos y ponerlos en altillos, un bosque donde lo persigue una especie de jauría de cosas que dicen que no basta, que no basta, que no basta. Con ese mandato imperioso Ignacio Fernández de Palleja no renuncia a cimentar ejidos convincentes. De ahí los validos laureles.

Gonzalo Fonseca

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